domingo, 12 de diciembre de 2010

Nuestra manera de destilarse.

Del abrir primero de los ojos en las cinco puntas del sol se me arrebata de la mente la inicial que te envuelve la piel. No habré de pensar luego en todas las cumbres del día con los destellos tan comunes que han venido dibujándote. Ahí se me iría la vida. No hace falta convertir los días en minutos o en estos mismos momentos próximos multiplicados por sí, porque la espera es la misma en el reloj como en el calendario.
Si mi carátula se rompe no culparé a tus ojos. Culparía en todo caso a la sensación que te sucumbe entre sábanas de otoño, desprendiéndote de todo dote y escarchándote de los colores más extraños. Las manos llenas de palabras flecha al corazón se hunden por hoy en las aguas. Las esquinas se tornan como espacios para las sombras que concentran lo grisáceo del asfalto y de las almas agarradas de las manecillas vueltas remolino.
Hay gente que camina con prisa correteada por un viento de tortura; hay tiempos, como ahora, donde corro con los gritos desgarrándome ilusiones. Alquitarar cuerpo y sentir es desnudarse ante ojos que besan y labios que saben; depurarme no es avivarme, es ampararme de lo que conservo.
Se derrumba el aire mismo en las copas de los árboles. La música del soplido golpea las ventanas de las calles principales. Todo se consume como el tiempo y su espera. Si hemos de seguir en este viaje que nos tracen desde ahora nuestras risas en los huecos, porque viviremos eternos desarmados conjugándonos en todos los tiempos.
[Somos pétalo de flor que besó el suelo, que comió la tierra en su boca de vacío, húmedo, entre patas de hormiga, hueco. Abandona la rama y la cabeza que me sostiene entre espejos del mismo color mío. Me columpio entre morones y piedras retozando entre la lluvia de algún ojo de sol]

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