lunes, 25 de julio de 2011

Encuentro.

No dejes que caiga tan fuerte en la pared de algún cuarto.

Enrosca tus brazos hasta que me alcancen por la espalda vuelta y media.

Cómeme la boca y el cuello y escupamos juntos el alcohol que nos bebimos.

Hirvamos hasta evaporarnos en un lienzo trazado por cuatro manos; en el beso de las bestias, las manos de Dios y la virgen; de Adán y Eva; en tu nombre y mi nombre que es siempre tuyo.

Déjame llevarte al umbral del templo vaciándote en besos de la frente a la boca; de la boca a tu cuello, a la boca de tu cuello; a tu pecho, a tu espíritu endemoniado, divinamente endemoniado; de tu pecho a tu hambre; de tu hambre a la mía.

Desgástame el alma, absórbele desde donde se convoca y te hace saber que vivo para morirme en tu cuerpo.

Lluéveme con el sudor de tu frente, gota a mi boca.

Nómbrame, tras el eco de los llantos, con voz de cuento.

A tu nombre a la tormenta, canción de dioses antiguos, le canto, te canto.

viernes, 15 de julio de 2011

Un día de todos.

Despertar ligeramente pesada. Las manos sobre la cara tratando de recordarle lo más mínimo a los sueños. Echarse boca abajo para caerle a la almohada con un grito que le hace eco a los hilos tibios. Pasar media hora de la mañana inventando figurillas en el techo bañado de rezos que nunca le llegan ni a Dios ni a los hombres.
Decidir andar, ir a la cocina para empacar las pastillas que van antes del desayuno y las que se toman por mero adormecimiento. Preparar el café y desayunar o no, lo que sea. Ver hacia afuera del cuerpo y sentir lo que no se ha sido. Ver a través de la ventana a los perros que aullaron toda la noche y a las señoras que despiden a los de casa mientras barren la calle con faldas largas. Fijar la vista en un punto que se vacía en lo que sale el sol. Beber café y quemarse los labios.
Fingir que se escriben letras siempre absurdas que jamás volverán a leerse. Entre buscar las canciones que le quedan a la escoba y al jabón. Llorar tendida en el piso de la sala con un perro que apenas juega con los dedos de los pies. Levantarse y suspirarse en el marco de la puerta. Adentrarse en un recuerdo que ensordece cualquier cosa.
Terminar los deberes que no son más que la ayuda del tiempo que se resbala por las piernas. Contestar el teléfono y decir sí, que se espera. Bañarse tan pausadamente sin dejar de ver las extremidades que buscan más allá que un cuerpo. Llegar al espejo que entiende y que manipula la lengua y que aparece a los fantasmas de la vida. Hablar y repetir la mentira de lo que se quiere. Vestir la sombra, pintar la nostalgia y esperar. Sentir cómo se ha pasado el día. Ver cómo las nubes cobijan.
Escuchar un carro fuera de casa. Salir a recibir a quien llega. Abrazar y no esperar nada. Contar uno, dos, tres días y reír y llorar mientras se bebe. Embriagarse hasta llorar pero de risa. Sentir que una carcajada extra habrá de desequilibrar la vida y seguir riendo. Quedar sola de repente, tan noche.
Encender un cigarro después de cuatro e ir a buscar la caja donde se guardan las hojas secas. Arderlas y saltar entre las letras de los nombres. Sentirse tan cerca del cielo, a la par de las luces de los que duermen. Gritar al aire fresco el humo que intentó tragarse. Bailar quedando estática y sentir que no hay nadie y estar sola en verdad.
Difuminar la idea estúpida de la felicidad y sentenciarse a lo que se opina mejor para quien tiene a la vida entre sus manos. Bajar y despedirse sin reproche y sin risa de cada lugar del segundo piso. Pensar qué ha sido lo mejor y saber que lo mejor pocas veces se ha tenido.
Contestarle a las paredes de la sala con ligeros golpes que cantan. Caminar hasta la cama y tenderse boca arriba. Desnudarse para las cobijas y quedar ahí, tan sola. Poner las manos en el pecho y cerrar los ojos. Imaginar una vida completa con nada. Borrar nombres en cuanto se escriben. Tener miedo de todo. Abrir los ojos y saber que estar muerta es el mejor castigo que se vive. Ahogar la cara como siempre a los seis mientras ella veía cómo era dormir.
Intentar dormir ahora sabiendo qué tan vacío se ha dejado todo rincón y no esperar llenar absolutamente nada. Despertar, hacer lo mismo cada día. Levantarse a sabiendas de que hace falta algo, de que algo no ha llegado nunca. Esperar cualquier cosa desesperadamente en silencio, perder la desesperanza con un vaso que se rellena de alcohol cada noche vaciada, enviciada.