domingo, 28 de noviembre de 2010

De como existe

No dudo que seas la tiniebla que aparece por las noches nublándome los ojos, ni dudo que seas  las piedras con las que he tropezado al ver el cielo.  Tu risa burlona afecta e incomoda a cualquiera que tenga razón sobre las cosas, menos a los hombres tontos. Podrías ser también una copia barata de una mala literatura o un pensamiento chueco y torcido y refrito entre palabras dichas y redichas. Eso no lo dudo: estás contaminada. Pienso que el alma que llevas o finges llevar no va más que tomada de las ramas de tu pelo. Pero así eres y así te respetan. Qué mal está la gente al alabar a cuanto está por extinguirse; qué mal están hombres y mujeres al ver cómo te echas en el piso de la divinidad falseada, pero ellos no lo saben. Es que digo que has de ser como esos charcos de aguas sucias molestando a la gente cada vez que te respiran. No digo que no parezcas una cosa rara con dotes de maravilla, pero te me revelas como un montón de manos sucias, como lo falso de lo falso que pretende ser lo cierto. Mujer, eso eres, y eres de manera mala, de manera falsa, de manera tuya. No dudo que seas las goteras de mi casa, o la perturbación de mis recuerdos o casi todo lo malo de los días, o la resaca más cruel de la que pueda acordarse cualquier taxista. Si no lo fueras, no sé qué cosas serías. Entonces, quizá seas los baches en los que caigo todas las mañanas o la causa de las enfermedades o el hambre de los niños en las calles. Eres la alergia, lo que mata y consume. Así, te detesto en cierta parte como detesto a las moscas que se paran sobre un rostro atento. Eres tan desagradable como el frijol en el colmillo, pero te aman pues, como la epidemia que eres y que traes contigo, esto último porque eres el rumor que mata al pecho con las mentiras ensalivadas enredadas en las lenguas de los que nada saben y piensan mucho en mal manera. Tú eres todo lo malo y quiero verte no tanto como molestia sino como algo simple como tu simpleza (s/i). Simpleza esa que embelesa y retumba en los oídos de cualquier falda ajustada y de cualquier par de zapatos bien situados en la tierra. Ser algo que esté casi desapercibido, deberías, pero eres todo lo malo, tú mujer de nada, porque de nada estás hecha. 

jueves, 25 de noviembre de 2010

Repetición tercera de lo dado

Hay veces que uno necesita verse en el espejo y verse en el propio rostro los rasgos de a quien van dirigidas las palabras muertas en el aire. Y uno se rie, y uno llora, y uno se queda viendo a sí mismo. Y se mira el cabello despeinado, los ojos cansados, las mejillas rojizas, los labios a punto de sonreir y el camino que una lágrima ha dejado.
Hay veces que uno necesita del reflejo engañoso y después del abrazo de los propios brazos convertidos en los de quien iban dirigidas las palabras que murieron en el aire. Y uno piensa en caminar y buscar el rostro y los brazos de la persona. Y uno suspira y respira y cierra los ojos ya resecos. Y uno se imagina un café en una tarde soleada frente al rostro ese e imagina las palabras. Y uno sigue imaginando día con día, hasta que las palabras se han ido, hasta que el aire les ha dado muerte.