sábado, 12 de febrero de 2011

De las cosas pendientes.

El día se sucede ataviado porque hasta los sueños pesan más que las horas de vigilia. El sueño sabe a desamparo y se sabe que hubo algo de un rostro que se escondió tras de la gente, como huyendo de los ojos. Porque cuando uno se despierta y sabe que se pierden de poco a poco algunas cosas, las horas pasan lentas como arrastrándose por la ventana.
Se sueña con cosas que se nos quedaron pendientes en el día y se saldan, a veces,  entre tres o siete horas de sueño, dependiendo el día de la semana. Se sueña con gente de hace tres años, por ejemplo, a la que aun se le quiere tocar con los dedos el cabello mientras se ve la televisión, y esos momentos quedan presentes en los sueños de cada noche, como una ventana adicional a la escena y, por la mañana, se cree que se les ha tocado de nuevo.
El día pasa lento, espeso y endurecido mientras la gente habla desenfrenada, pidiendo informaciones que aun no se aprenden; el teléfono suena, la gente pregunta y se ven a lo lejos piernas sin rostros corriendo con el aire. Con la vista perdida y el cuerpo entumido moviéndose como un recordatorio punzante, la mente está en el espacio del aire, allá donde se ven los árboles más lejanos; donde lo lejano hace pobres a los colores y en donde se siente que la vista le dice al cuerpo que es tiempo de volar. Y vuela tan alto en el mismo sitio sin sentírsele a las manos ni a los pies apoyados, ignorando las caras por detrás de la barra, sin leer los títulos que pasan por las manos, intuyendo nombres que combinan con fotografías tristes e infantiles.
Se pierde piel en parpadeos, y los sueños y las cosas pendientes van acabando y hunden en el camino del vuelo. Porque se pierden cosas y se olvidan otras en el sabor o el tacto. Porque ni siquiera se vive tangible el sueño, ni el recuerdo del sueño o el recuerdo de lo saldado con los ojos cerrados, con el corazón en otra parte que no sea en las manos o en el mismo pecho palpitando al momento de decir palabra, y eso mata.
Se sueña con una boca, la más reciente y la más honda; con una ráfaga de insultos de bala; con bosques transformados en escuelas y balnearios; museos con gente de ropas negras y holgadas; animales que hablan y lloran; uno frente a un espejo con voces de otra casa; escaleras, sombras, bares distorsionados, otra ciudad, detrás de la pared de Europa, puertas que se abren sin cerrar… y se vive el día con otra cara porque la sombra de los sueños se va pegando por debajo de los ojos, haciéndolos profundos, haciendo a la piel todavía más reseca. Y las cosas se pierden y se olvidan. Tras párpados rojos con estrellas que bailan, regresan; tras la luz del techo, regresan; y se pierden por el día.

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